San Juan de Nepomuceno, es el
nombre de la tercera cuadra, viniendo
del Paseo de la República del Jirón Mapiri, hoy Miguel Aljovín, cambio de nombre,
el cual puede creo yo justificarse, pues rememora a dos médicos -padre e hijo- de notable trayectoria
en la Medicina peruana. Digo esto con el perdón que me
dispensas querido amigo, pues soy muy reticente a los cambios de nombre de
calles y lugares, que en arranques estúpidos, tienen los ediles.
Decía que San Juan de Nepomuceno,
figura en algunas citas como la segunda cuadra de Mapiri, permíteme seguir
llamándola así, porque así se llamaba cuando me mude el año 1956 a los Barrios
Altos, cuya denominación también ha cambiado por que ahora son sólo Barrios Altos
y aquí mi amigo voy a hacer uso de mi egoísmo, para poder enviarte algunos de mis recuerdos
que estoy seguro que situados en otros lugares de nuestra Lima, como tu barrio
Las Cruces, guardan algo o tal vez
bastante en similitud.
El Jirón Mapiri, esta
encajonado en su primera cuadra por el Paseo de la República y al
otro extremo, digamos al este por el jirón San Carlos, el que al cruzar la Avenida Grau, da origen a
la Avenida Iquitos. Es por esto que en la numeración actual la primera cuadra, la
conocen como la del Palacio de Justicia, que para la época que te cuento era
una vía tranquila y de poca actividad. En
la acera del frente, en esta cuadra, que está delimitada por el Paseo de
la República y el Jirón Azángaro que muere allí, me cuenta mi madre que estaba situada la fábrica de galletas Arturo
Field, que luego de un gran incendio, procedió a tapiar todo su local,
mudándose a otro sitio, fuera del radio
céntrico. Ella me hacia recuerdo
que a eso del mediodía, la pastelería
que también hacía, sacaba unos pastelitos pequeños pero de un sabor sublime y que contaba con una demanda excepcional por
los vecinos y viandantes.
La segunda cuadra, era
conocida como Hospital Francés o mejor Maison de Santé, cuya fachada permanece impertérrita
hasta el día de hoy. Y por su misma acera,
se situaban varias casitas de las que llamábamos en Lima de puerta americana -por
lo moderno y bajas- y en la esquina tenía su peluquería un chinito muy agradable, donde recuerdo
me llevó mi padre a mi primer corte de cabello y que para mí fue una experiencia
terrible, pues todavía recuerdo el llanto y desesperación que me produjo tal
episodio, que llego al acmé de la tragedia cuando el peluquero me roció el
bendito alcohol en la nuca. Luego
después, no fue necesario que mi padre me sobornara con algún juguetito o
golosina para acudir a una sesión de embellecimiento. Recuerdo que uno de los juguetes que me
obsequió era un artilugio pequeño que consistía en una pluma llamativa muy
bonita de colores fuertes y que iba editada en un disco de brillante metal
pequeño del tamaño de una chapa de
gaseosa, atada a una cuerda larga y que la hacerla girar sobre la cabeza
generaba un silbido tan fuerte como el impulso que se le daba.
La segunda cuadra era también conocida como
la Plazuela de Guadalupe, lugar muy apacible y de mediano tránsito de las personas,
que iban en pos del tranvía al Paseo de la República con rumbo al Centro o a Los Barrios Altos o El Rímac
(que así se llamaba). O también rumbo a La Victoria o Lince y Barrios del Sur o
hacer el viaje interurbano hacia Miraflores, Barranco o Chorrillos, al igual que al Mercado de Guadalupe y la Parroquia de los Huérfanos, detrás del Parque Universitario. La plazuela
de Guadalupe era un lugar simpático, coronaba su centro una poza de cemento
cuadrada de bajo fondo que, imagino seria lo que se dio en llamar un espejo de agua
y que permitió en más de un verano servir, de
piscina a los mataperros del barrio. Estaba adornada con algunos ficus viejos, que
proveían sus frutos pequeños, semejantes a bolitas, con los que los niños usando
fósforos hacían sillitas y otras curiosidades,
también era el lugar de unos encuentros
de fútbol, que sólo eran interrumpidos por
los policías que pasaban hacia la quinta
comisaria en el Jirón Cotabambas y de los
que huíamos, por que podían chaparnos y hacernos pasar un mal rato con nuestros
padres. En donde terminaba la Plazuela,
llego a instalarse una Farmacia, que anteriormente había estado funcionando en
la cuadra tres y tenía como nombre Farmacia La Santé, era bastante particular,
la Q-F dueña, tenía unas peceras con
unos pececillos carnívoros que eran la atracción de nosotros, los parroquianos menores,
que nos sorprendíamos cuando ella narraba que en muchas ocasiones caían dentro
de la pecera algunos bichos y eran devorados
por estos monstruitos. El hermano de la farmacéutica, lo recuerdo, era un gordo enamorador, que contaba con el apoyo de ella para tratar
de consumar sus romances y los vecinos
hablaban de él diciendo que era un bandido, aunque con poca suerte.
Caminando hacía la esquina de Cotabambas, iniciaron, no recuerdo la fecha y culminaron una especie de condominio con
puertas americanas hacía la calle. Tenía
una entrada grande con una gran reja que protegía los departamentos interiores, era una construcción
de diseño moderno y que hoy está llena solo de oficinas. Y al final de la cuadra había un corralón, el
cual servía de depósito de carcochas y de taller de mecánica general. Este
sitio lo recuerdo porque era el lugar donde se refundía el perrito de mi padre, un fox terrier airedale que se
escapaba de la casa y venia todo cubierto
de grasa y suciedad; llegaba en las
madrugadas haciendo un ruido infernal. Y
a esa hora teníamos que agarrarlo y bañarlo para que no nos ensuciara a
nosotros. De estas escapadas y
ausencias de varios días, llegamos a entrarnos que alguien lo quería y lo retenía
encerrado pero que a veces se les escapaba y volvía, pero tuvo una última salida
más de nuestra casa y no regreso más.
Y llegamos a San Juan de
Nepomuceno, la ahora tercera cuadra del Jirón Mapiri, y sobre nuestra mano
derecha el primer lugar que nos recibía
en el chaflán de la esquina con Cotabambas y con otra puerta hacia Mapiri,
era el Café Restaurante del “Italiano de la Esquina”. Nunca supe su nombre y estoy seguro que muy
pocos jóvenes o viejos lo sabían eran unos tipos simpáticos amigables, que
ofrecían platos fríos los de siempre en Lima: tallarines en Salsa roja con
asado, todavía no había llegado a Lima la hora del pollo, tallarines al
pesto, canelones, ravioles, polenta, fetuchini a lo Alfredo, el modongito
a la italiana y el famoso minestrones
la infaltable butifarra de jamón del país con salsa de cebolla y diariamente, a
eso de las tres de la tarde, las fuentes
de aceitunas negras y de botija con abundante salsa de cebollas, variedad de
vinos y vermuts, el famoso capitán, Lima
tampoco se había vuelto cervecera, recién hacia su aparición tímidamente una cerveza de marca Polar y la malta negra,
gaseosas, la famosa y limeñísima
Pasteurina, cuya fábrica estaba localizada a espaldas nuestras y donde recuerdo
que por tener pozo de agua, abastecía a la vecindad cuando había cortes de
suministro y la Inka Kola, patrocinadora del radio teatro Inka Kola Tarzan Club,
que niños y adolescentes escuchábamos por radio América o Colonial, no lo
recuerdo bien y que nos permitía a los socios recibir un regalo en Navidad en
su planta del Jirón Cajamarca en el Rímac.
Era el Restaurante del Italiano lugar obligado de lonche de los visitantes
del palacio de Justicia, que no representaban ninguna plaga como lo es hoy día
y de los vecinos que compraban para comer en casa… es decir, un sitio en el que
cualquier cristiano no podría mantener la línea.
Al correr de los años, asistimos con cierta
tristeza al traspaso del negocio, lo dejaron los italianos y pasó a manos de
unos japoneses, quienes siguieron la misma rutina y la clientela no disminuyó. Tenía
el nuevo dueño un hijo, casi joven y una hija que frisaría los trece a quince
años. Te confieso amigo, que nunca he vuelto a ver un rostro de niña oriental
más hermoso, ni en almanaques, tanto, que andando los años, nos enteramos
que fue empleada como azafata en una
línea aérea internacional.
Y caminando hacia San Carlos, venía luego un solar de dos pisos, recuerdo que
allí vivía uno de los integrantes del grupo criollo Los Embajadorcitos Criollos,
Bari se llamaba o le decían. Siempre inconformes con la incipiente fama o méritos entre ellos, se decía que éste,
no estaba contento, pues él
creía ser tan hábil como para puntear
la guitarra en vez del titular primera guitarra. Y valgan verdades que, el titular primera
guitarra del conjunto, Humberto Pimentel, que así se llamaba, era un prodigio con el instrumento
y que por estar en este país nunca se le dio el valor que debía habérsele dado. Tengo
la plena seguridad que el tal Bari no le llegaba ni a la más chica semifusa
partida en diez a Humberto. Decían que esta habladuría era de la mama de Bari,
que era una señora zambuca de cierta gordura y por esta razón de poco cuello y
que lo malvados apodaban “la sin cuello”,
tal como su figura su lengua, añadían. Confieso que fui testigo presencial de
estos libelos, vertidos por la boca de ésta señora en una ocasión en que esta
proponía su deseo y el de su hijo, al resto del conjunto y sus managers.
En el mismo solar, vivía la Sra.
Alejandrina, ella era una mujer agradable, blanca, de apariencia cajamarquina y
tenía un hijo contemporáneo de
nosotros y que solo lo conocíamos como
Magio, porque en alguna ocasión dijo el que era un gran magio y que hacia magia,
el chico éste creció y supimos que había
entrado como aspirante a jockey, había tenido varios triunfos, hasta que un día ingrato nos
enteramos que sufrió una caída fatal y murió, nos relataron el drama de su mama
y verdad que nos sobrecogió a todos los que lo habíamos conocido y lo habíamos
acompañado en nuestras mataperrerias.
La
casa siguiente era una construcción en
los bajos del solar mencionado y en ella vivía la familia Zegarra, que conocíamos
como “la familia de los peloduros”, no
me acuerdo porque les decíamos así, pero eran unos chicos y chicas buenos mozos,
muy amigables y que decir de su mama,
muy simpática, a pesar de una operación facial, que le comprometió el pómulo izquierdo y su esposo que
siempre vestía camisa con corbata y saco
de cuero y sombrero de paño y lentes ahumados. La tía Nelly, hermana de la madre,
que recordándola ahora, tenía una
hermosura de rostro y cabello rubio, hasta sus hombros, a la moda de la época. Vestía
con elegancia sus trajes sastres y blusas blancas las que revelaban su fina silueta, calculo bordeaba un metro setenta y usaba unos tacones, creo
de 5 o 7 cm, toda una estatua nacarada. Debió haber tenido alguna decepción, porque quiso ingresar a un convento, pero no pudo
hacerlo y al final se casó con un Notario.
Tiempo después, me enteré, cuando
vivía en los Barrio Altos, que un médico amigo, de padre asiático y madre francesa había sido uno de sus pretendientes. El Dr. Tang
Brugete, era un tipo bien plantado y agradable de buena posición, creo que
llegó a ser nombrado como Director de la Maternidad, pero ella prefirió al final a su elegido, que era la antípoda del referido médico. En la
parte de arriba del solar vivía la familia Aragón, que decía mi padre, había
sido boxeador profesional, bueno, pero sin suerte, posteriormente arruinado por
su salud en decadencia.
Ahora continuaba una finca de
dos pisos moderna de color cemento y en cuyo primer piso había una carpintería,
Ramos se llamaba el gordo dueño del negocio, pero cumplido de su trabajo y que
nunca lo vi en algún litigio ni escándalo. Me impresionaba las maquinas que tenía y el ruido escalofriante que hacia la sierra
al cortar la madera, como digo sería bastante cumplidor porque su clientela era
grande y venían a solicitarlo la mayor de las veces gente en buenos autos, que
salían siempre sonrientes de la carpintería.
Anexa a la carpintería, estaba situado
otro solar angosto y lo más notable de ello era que allí tenía mi padre un amigo
el Sr. Gallardo, que lavaba ropa en seco, haciendo uso de gasolina y fue una
tarde que tuvieron que llamar a los bomberos pues se había registrado un conato
de incendio por fortuna nada grave pero si
de bastante miedo.
Luego venia un
Salón de billar, recuerdo que el hijo del
dueño se llamaba Teodoro, Lolo le
llamábamos, mayor que yo, le caí en
simpatía y fue el que me acompaño por
primera vez el primer día de clase al Alfonso Ugarte, cuando los primero años
estaban en lo que fue el ministerio de Hacienda y hoy creo el Poder
Judicial, yo hacía el tercer año, pero me retire a medio año para seguir en el
San Ramón de Tarma. Tenía el amigo Lolo
dos hermanas muy guapas y en alguna ocasión, para carnavales precisamente,
organizaron un reinado y nos vimos comprometidos a comprar los votos benditos. Algo pintoresco era que al familia de Lolo,
tenía como empleado a un muchacho de baja estatura y los malvados le habían
puesto de mote “Tarzan enano” y que completaba su tamaño con una voz aguda, que
los susodichos malvado remedaban
Y como no podía faltar en la
cuadra o Jirón, había la consabida Agencia Funeraria, que fue una
noche de un ardiente partido de futbol callejero, víctima del entusiasmo,
con el saldo de una de las lunas de una
de sus dos puertas de vaivén hecha trizas, causada por un potente tiro de un player, desgraciadamente desviado. Lo
costeante es que otra noche de deporte yo en brillante jugada envíe un cañonazo,
ligeramente desviado y que fue hacia la
misma puerta ya con luna nueva y ante la
desesperación mía de mi hermano menor y
otros jugadores la, pelota de trapo,
golpeo el marco de la misma puerta y no a la luna. El alma me volvió al
cuerpo y
por supuesto el partido terminó en estampida de los players y el abandono
de nuestra costosa pelota de trapo, porque
el dueño de la funeraria salió y nos dijo vela verde. En el segundo piso de la finca vivía una
familia que suponíamos apellidaba Bacigalupo,
por cuanto más de uno de nosotros había visto al Jefe de familia trabajando en
los Almacenes Bacigalupo del Mercado Central Antiguo -.todavía no lo habían incendiado
para construir el nuevo mercado Ramón
Castilla -que ocurrencia de nombre-
En el exterior de la puerta
que daba acceso a esta casa hacia la calle, tenía ésta una grada que era el
asiento favorito de nosotros, entre
ellos un amigo distinguido de
todos, me refiero a Dn. Rafael Eugenio Córdova Rivera. Con él compartíamos tertulias nocturnas cuyo límite eran no más allá
de las 10.00 p.m. Seguía luego el solar
en que viví una vida maravillosa como lo dejo entrever y que me reservo para
una narración posterior – si ésta amigo mío no te desalienta-.
A continuación venia una sastrería,
cuyo dueño por supuesto sabía la vida y milagros de todo el vecindario, de
mediana estatura, atenta mirada, siempre me contestó el saludo muy
afectuosamente, como creo lo hacía con todos los vecinos. La casa de la Familia Dávila, seguía y en
ella habitaban dos chicas verdaderamente bellas, tanto que las llamaban la “Flor
de Mapiri” y que en alguna temporada de caza, una de ellas, la menor, fue una tentación para el hermano de la dueña
de la farmacia del barrio, pero falló. Las chicas, tenían un hermano menor, que
luego se dedicó al periodismo, llegando alguna vez a suplir al famoso Guido Monteverde
en su columna en el diario Ultima Hora.
El solar que continuaba, sólo
era famoso porque allí habitaba una anciana, la Sra. Hermelinda, prestamista del barrio, a la que todos
concurrían en auxilio y que los malvados mataperros habían apodado el “Banco
Gibson”.
Lo que seguía al solar de la
“Banco Gibson”, era el negocio más simpático, creo yo, podía tener un barrio
limeño: la lechería del barrio –no recuerdo si tenía letrero o nombre- pero era
el sitio más concurrido de alrededores, era un lugar amigable bastante grande y que en seguida de su puerta grande de entrada, hacia
la derecha tenía una isla o mostrador de losetas blancas y sobre ella una
vitrina donde se apreciaba el asado , el jamón del país, chicharrón y el
relleno principalmente, que constituían el
material para hacer los sanguches verdaderamente limeños de verdad y de verdad, verdaderamente deliciosos.
Unos dos metros más atrás, estaba la cocina, un mounstro grande
con un quemador de petróleo del que salía un chorro de fuego a presión y que calentaba
y cocinaba en unas sartenes grandes el relleno,
chicharrón y camotes. Mientras que a una
prudente altura sobre la cocina pendían unos pedazo de pellejo de cerdo, que
luego fritas degustábamos con el nombre de Lonjas, -hoy mis hijos las compran envasadas y las llaman chicharroncitos.
Un poco después de la isla vitrina donde se situaba el dueño del negocio y recibía
pedidos, ordenaba a los mozos y cobraba
por el consumo, había una mesa amplia de fierro donde estaban dispuestos dos
recipientes de forma ovalada de fondo plano, mediano tamaño y cuyas tapas
tenían dos agujeros en los que calzaban
dos lecheras de fierro aporcelanado y que contenían, una la leche caliente y la otra el café caliente. Estos recipientes de Zinc amarillo eran unos
baños de María que con el agua caliente de su interior mantenían la leche y el
café calientes y a la mano de los mozos
para atender a los comensales. Sobre a mano izquierda y el fondo del local se
alineaban muy ordenadamente varias mesas de fierro y tablero de composición, no
creo que hayan sido de mármol, típicas de los restaurantes y fondas de Lima y por el centro mismo de la sala,
varias mesas y sillas de madera, que proveían facilidades y comodidad para sus
parroquianos, los que al terminar el desayuno o lonche, salían lanzando
loas al sabor de sus pedidos, acompañándolos las más de las veces con
unos grotescos eructos.
Debo decirte que uno de sus habitúes era Milord, la mascota de mi padre, al que varias veces sorprendimos haciendo
sentaditas ante los comensales para ganarse un camotito frito y el muy ladino
no hacia estas gracias en casa donde tenía el alimento seguro. El dueño era un japonés, muy serio y adusto,
su hijo menor Kionori , era un mataperros acriollado que competía con nosotros
en la pelota y en el patinaje, era él quien tenía un par de patines Winchester
y que a mucho ruego de mi hermano menor, logro que mi madre le comprara uno al
referido nisei, el otro hermano era un típico guerrero de alguna guerrita
mundialita o de chacra como acostumbrábamos a decir, estudiaba en el Guadalupe
e iba al colegio provisto de su uniforme
comando completo, incluyendo cristina con su rombo rojo, galones, botas de cuero,
casaca, maletín mochila de cuero y guantes de cuero y solo le faltaba su
katana, que no dudo extrañaba. Sabes un dato, los mayores habitúes empedernidos de este café, eran los choferes, cobradores y mecánicos de la Línea
9, que entonces cubrían el recorrido del Parque Universitario hasta la Quebrada
de Armendáriz, pasando por supuesto
cerca del Colegio y que se constituyó en una de las líneas más usadas por
nosotros. La acera derecha de toda la
cuadra resultaba un lugar de estacionamiento desde las seis de la mañana y en
las tarde a partir de las siete de la noche de sus ominibuses. Horas después en
la noche, la lechería, era un punto de reunión de personas bien, allí se
llegaba un medico amigo del barrio y que un día llego con la novedad de un
radio portátil a pilas. El armatoste éste, era del tamaño de tres libros del Tesoro
de la Juventud juntos y pesaba duro, pero era lo más nuevito de la época. Y
como él varias concurrían personas mayores semejando un club nocturno, del cual
e despedían cuando el local cerraba a eso de las 10.00 p.m. o un poco más.
El penúltimo negocio que había
en la acera derecha era una carbonería cuyo dueño era Juan otro ponja de carácter apagado pero cortés y
como carbonero siempre estaba todo tiznado y al llegar a la esquina en chaflán con el
Jirón Sandia, “la tienda del chino de la esquina”, que más parecía japonés también,
vaya usted a saber, la tienda era como eran las tiendas y chinganas de Lima. En la parte delantera se expendían los abarrotes
y comestibles y estaba separada de un
ambiente interior por dos puertas de vaivén y que era en realidad un bebedero
para gente que libaba licor, provista de un urinario y sanitario y un lavatorio,
al cual acudíamos con permiso del dueño, para beber agua en los días de verano
fuerte. Lo recuerdo bastante porque allí
expendían algunos útiles escolares y fue el primer negocio donde llegué a adquirir
mi
primer lapicero de tinta seca o bolígrafo, una novedad en una época
elegante de la lapicera fuente, a la cual mataría algunas décadas después.
Y aquí mi amigo Lucho, debo
detener mi relato que creí iba a ser más corto y no quiero ser cansado y me
atrevería a pedir que me digas si es pasable,
para poder continuar más adelante.
Con el cariño de siempre
Pablo.