miércoles, 10 de abril de 2013

SAN JUAN DE NEPOMUCENO


         Escribe, Pablo Livia Robles
        
Dedicado a mi gran amigo, Sr. Dr. Luis Alejandrino  Siabala Valer


San Juan de Nepomuceno, es el nombre  de la tercera cuadra, viniendo del Paseo de la República  del Jirón Mapiri, hoy Miguel Aljovín, cambio de nombre, el cual puede  creo yo  justificarse, pues rememora a dos  médicos -padre e hijo- de notable trayectoria en la Medicina peruana. Digo esto con el perdón que me dispensas querido amigo, pues soy muy reticente a los cambios de nombre de calles y lugares, que en  arranques  estúpidos, tienen los ediles.

Decía que San Juan de Nepomuceno, figura en algunas citas como la segunda cuadra de Mapiri, permíteme seguir llamándola así, porque así se llamaba cuando me mude el año 1956 a los Barrios Altos, cuya denominación también ha cambiado por que ahora son sólo Barrios Altos y aquí mi amigo voy a hacer uso de mi egoísmo, para poder enviarte algunos de mis recuerdos que estoy seguro que situados en otros lugares de nuestra Lima, como tu barrio Las Cruces, guardan algo o tal vez  bastante en similitud.

El Jirón Mapiri, esta encajonado en su primera cuadra por el Paseo de la República  y  al otro extremo, digamos al este por el jirón San Carlos,  el que al cruzar la Avenida Grau, da origen a la Avenida Iquitos.  Es por esto que en  la numeración actual la primera cuadra, la conocen como la del Palacio de Justicia, que para la época que te cuento era una vía tranquila y de poca actividad.  En la acera del frente,  en esta  cuadra, que está delimitada por el Paseo de la República y el Jirón Azángaro que muere allí, me cuenta mi madre que  estaba situada la fábrica de galletas Arturo Field, que luego de un gran incendio, procedió a tapiar todo su local, mudándose  a otro sitio, fuera del radio céntrico.  Ella me hacia recuerdo que  a eso del mediodía, la pastelería que también hacía, sacaba unos pastelitos pequeños pero de un sabor sublime  y que contaba con una demanda excepcional por los vecinos y viandantes.

La segunda cuadra, era conocida como Hospital Francés o mejor Maison de Santé, cuya fachada permanece impertérrita hasta el día de hoy.  Y por su misma acera, se situaban varias casitas de las que llamábamos en Lima de puerta americana -por lo moderno y bajas- y en la esquina tenía su  peluquería un chinito muy agradable, donde recuerdo me llevó mi padre a mi primer corte de cabello y que para mí fue una experiencia terrible, pues todavía recuerdo el llanto y desesperación que me produjo tal episodio, que llego al acmé de la tragedia cuando el peluquero me roció el bendito alcohol en la nuca.  Luego después, no fue necesario que mi padre me sobornara con algún juguetito o golosina para acudir a una sesión de embellecimiento.  Recuerdo que uno de los juguetes que me obsequió era un artilugio pequeño que consistía en una pluma llamativa muy bonita de colores fuertes y que iba editada en un disco de brillante metal pequeño del tamaño de una chapa de gaseosa, atada a una cuerda larga y que la hacerla girar sobre la cabeza generaba un silbido tan fuerte como el impulso que se le daba.  

La segunda cuadra era también conocida como la Plazuela de Guadalupe, lugar muy apacible y de mediano tránsito de las personas, que iban en pos del tranvía al Paseo de la República  con rumbo  al Centro o a Los Barrios Altos o El Rímac (que así se llamaba). O también rumbo a La Victoria o Lince y Barrios del Sur o hacer el viaje interurbano hacia Miraflores, Barranco o Chorrillos, al igual  que al Mercado de Guadalupe y  la Parroquia de los Huérfanos,  detrás del Parque Universitario. La plazuela de Guadalupe era un lugar simpático, coronaba su centro una poza de cemento cuadrada de bajo fondo que, imagino seria lo que se dio en llamar un espejo de agua  y  que permitió en más de un verano servir, de piscina a los mataperros  del barrio.  Estaba adornada con algunos ficus viejos, que proveían  sus frutos pequeños,  semejantes a bolitas, con los que los niños usando fósforos hacían sillitas y otras curiosidades,  también era el lugar de unos encuentros de fútbol, que sólo eran interrumpidos por los policías que pasaban hacia  la quinta comisaria en el Jirón Cotabambas  y de los que huíamos, por que podían chaparnos  y hacernos pasar un mal rato con nuestros padres. En donde terminaba la Plazuela, llego a instalarse una Farmacia, que anteriormente había estado funcionando en la cuadra tres y tenía como nombre Farmacia La Santé, era bastante particular, la Q-F dueña, tenía unas peceras con unos pececillos carnívoros que eran la atracción de nosotros, los parroquianos menores, que nos sorprendíamos cuando ella narraba que en muchas ocasiones caían dentro de la pecera algunos bichos y eran  devorados por estos monstruitos. El hermano de la farmacéutica, lo recuerdo, era un gordo enamorador, que contaba con el apoyo de ella para tratar de consumar sus romances y los vecinos hablaban de él diciendo que era un bandido, aunque con poca suerte.  

Caminando  hacía la esquina de Cotabambas, iniciaron, no recuerdo la fecha y culminaron una especie de condominio con puertas americanas hacía la calle.  Tenía una entrada grande con una gran reja que protegía  los departamentos interiores, era una construcción de diseño moderno  y  que hoy está  llena solo de oficinas. Y  al final de la cuadra había un corralón, el cual servía de depósito de carcochas y de taller de mecánica general. Este sitio lo recuerdo porque era el lugar donde se refundía el perrito de mi padre, un fox terrier airedale que se escapaba  de la casa y venia todo cubierto de grasa y suciedad;  llegaba en las madrugadas haciendo un ruido infernal. Y a esa hora teníamos que agarrarlo y bañarlo para que no nos ensuciara a nosotros. De estas escapadas y ausencias de varios días, llegamos a entrarnos que alguien lo quería y lo retenía encerrado pero que a veces se les escapaba y volvía, pero tuvo una última salida más de nuestra casa y no regreso más.

Y llegamos a San Juan de Nepomuceno, la ahora tercera cuadra del Jirón Mapiri, y sobre nuestra mano derecha  el primer lugar que nos recibía en el chaflán de la esquina con Cotabambas y con otra puerta hacia Mapiri, era  el Café Restaurante del  “Italiano de la Esquina”.  Nunca supe su nombre y estoy seguro que muy pocos jóvenes o viejos lo sabían  eran unos tipos simpáticos amigables, que ofrecían platos fríos los de siempre en Lima: tallarines en Salsa roja con asado, todavía no había llegado a Lima la hora del pollo, tallarines al pesto, canelones, ravioles, polenta, fetuchini a lo Alfredo, el modongito a la italiana y el famoso minestrones  la infaltable butifarra de jamón del país con salsa de cebolla y diariamente, a eso de las tres  de la tarde, las fuentes de aceitunas negras y de botija con abundante salsa de cebollas, variedad de vinos y vermuts, el famoso capitán,  Lima tampoco se había vuelto cervecera, recién hacia su aparición tímidamente  una cerveza de marca Polar y la malta negra, gaseosas,  la famosa y limeñísima Pasteurina, cuya fábrica estaba localizada a espaldas nuestras y donde recuerdo que por tener pozo de agua, abastecía a la vecindad cuando había cortes de suministro y la Inka Kola, patrocinadora del radio teatro Inka Kola Tarzan Club, que niños y adolescentes escuchábamos por radio América o Colonial, no lo recuerdo bien y que nos permitía a los socios recibir un regalo en Navidad en su planta del Jirón Cajamarca en el Rímac.  Era el Restaurante del Italiano lugar obligado de lonche de los visitantes del palacio de Justicia, que no representaban ninguna plaga como lo es hoy día y de los vecinos que compraban para comer en casa… es decir, un sitio en el que cualquier cristiano no podría mantener la línea.  

Al correr de los años, asistimos con cierta tristeza al traspaso del negocio, lo dejaron los italianos y pasó a manos de unos japoneses, quienes siguieron la misma rutina y la clientela no disminuyó. Tenía el nuevo dueño un hijo, casi joven y una hija que frisaría los trece a quince años. Te confieso amigo, que nunca he vuelto a ver un rostro de niña oriental más hermoso, ni en almanaques, tanto, que andando los años, nos enteramos que  fue empleada como azafata en una línea aérea internacional.

Y caminando hacia San Carlos,  venía luego un solar de dos pisos, recuerdo que allí vivía uno de los integrantes del grupo criollo Los Embajadorcitos Criollos, Bari se llamaba o le decían. Siempre inconformes con la incipiente  fama o méritos entre ellos, se decía que éste,  no estaba contento,  pues él  creía ser  tan hábil como para puntear la guitarra en vez del titular primera guitarra. Y  valgan verdades que, el titular primera guitarra del conjunto, Humberto Pimentel,  que así  se llamaba, era un prodigio con el instrumento y que por estar en este país nunca se le dio el valor que debía habérsele  dado.  Tengo la plena seguridad que el tal Bari no le llegaba ni a la más chica semifusa partida en diez a Humberto.  Decían  que esta habladuría era de la mama de Bari, que era una señora zambuca de cierta gordura y por esta razón de poco cuello y que lo malvados apodaban  “la sin cuello”, tal como su figura su lengua, añadían. Confieso que fui testigo presencial de estos libelos, vertidos por la boca de ésta señora en una ocasión en que esta proponía su deseo y el de su hijo, al resto del conjunto y sus managers.

En el mismo solar, vivía la Sra. Alejandrina, ella era una mujer agradable, blanca, de apariencia cajamarquina y tenía un hijo  contemporáneo de nosotros  y que solo lo conocíamos como Magio, porque en alguna ocasión dijo el que era un gran magio y que hacia magia, el chico éste creció y  supimos que había entrado como aspirante a jockey, había tenido varios  triunfos, hasta que un día ingrato nos enteramos que sufrió una caída fatal y murió, nos relataron el drama de su mama y verdad que nos sobrecogió a todos los que lo habíamos conocido y lo habíamos acompañado en nuestras mataperrerias.  

La casa siguiente era una construcción en  los bajos del solar mencionado y en ella vivía la familia Zegarra, que conocíamos como “la familia de los peloduros”,  no me acuerdo porque les decíamos así, pero eran unos chicos y chicas buenos mozos, muy amigables y que decir de su mama, muy simpática, a pesar de una operación facial, que le comprometió  el pómulo izquierdo y su esposo que siempre   vestía camisa con corbata y saco de cuero y sombrero de paño y lentes ahumados. La tía Nelly, hermana de la madre, que recordándola ahora,  tenía una hermosura de rostro y cabello rubio, hasta sus hombros, a la moda de la época. Vestía con elegancia sus trajes sastres y blusas blancas las que revelaban  su fina silueta, calculo bordeaba  un metro setenta y usaba unos tacones, creo de 5 o 7 cm, toda una estatua nacarada.   Debió haber tenido alguna decepción, porque  quiso ingresar a un convento, pero no pudo hacerlo y al final se casó con un Notario.  Tiempo después, me enteré,  cuando vivía en los Barrio Altos, que un médico amigo, de  padre asiático y madre francesa  había sido uno de sus pretendientes. El Dr. Tang Brugete, era un tipo bien plantado y agradable de buena posición, creo que llegó a ser nombrado como Director de la Maternidad, pero ella prefirió al final  a su elegido,  que era la antípoda del  referido médico. En la parte de arriba del solar vivía la familia Aragón, que decía mi padre, había sido boxeador profesional,  bueno,  pero sin suerte, posteriormente arruinado por su salud en decadencia.

Ahora continuaba una finca de dos pisos moderna de color cemento y en cuyo primer piso había una carpintería, Ramos se llamaba el gordo dueño del negocio, pero cumplido de su trabajo y que nunca lo vi en algún litigio ni escándalo. Me impresionaba  las maquinas que tenía  y el ruido escalofriante que hacia la sierra al cortar la madera, como digo sería bastante cumplidor porque su clientela era grande y venían a solicitarlo la mayor de las veces gente en buenos autos, que salían siempre sonrientes de la carpintería.  Anexa a  la carpintería, estaba situado otro solar angosto y lo más notable de ello era que allí tenía mi padre un amigo el Sr. Gallardo, que lavaba ropa en seco, haciendo uso de gasolina y fue una tarde que tuvieron que llamar a los bomberos pues se había registrado un conato de incendio por fortuna nada grave pero si  de bastante miedo.  

Luego venia un Salón de billar, recuerdo que el hijo del dueño se llamaba Teodoro,  Lolo le llamábamos,  mayor que yo, le caí en simpatía y fue el que me acompaño por primera vez el primer día de clase al Alfonso Ugarte, cuando los primero años estaban en lo que  fue  el ministerio de Hacienda y hoy creo el Poder Judicial, yo hacía el tercer año, pero me retire a medio año para seguir en el San Ramón  de Tarma. Tenía el amigo Lolo dos hermanas muy guapas y en alguna ocasión, para carnavales precisamente, organizaron un reinado  y nos vimos  comprometidos a comprar los votos benditos. Algo pintoresco era que al familia de Lolo, tenía como empleado a un muchacho de baja estatura y los malvados le habían puesto de mote “Tarzan enano” y que completaba su tamaño con una voz aguda, que los susodichos malvado remedaban

Y como no podía faltar en la cuadra o Jirón, había la consabida Agencia Funeraria,  que fue una  noche de un ardiente partido de futbol callejero, víctima del entusiasmo,  con el saldo de una de las lunas de una de sus dos puertas de vaivén hecha trizas,  causada por un potente tiro  de un player, desgraciadamente desviado. Lo costeante es  que otra noche de deporte yo en brillante jugada envíe un cañonazo, ligeramente desviado y  que fue hacia la misma puerta ya con luna nueva y ante  la desesperación mía de mi hermano menor  y otros jugadores la, pelota  de trapo, golpeo el marco de la misma puerta y no a la luna. El alma me volvió al cuerpo  y  por supuesto el partido terminó en estampida de los players y el abandono de nuestra costosa pelota de trapo, porque  el dueño de la funeraria salió y nos dijo vela verde.  En el segundo piso de la finca vivía una familia que suponíamos  apellidaba Bacigalupo, por cuanto más de uno de nosotros había visto al Jefe de familia trabajando en los Almacenes Bacigalupo del Mercado Central Antiguo -.todavía no lo habían incendiado para construir el nuevo mercado Ramón  Castilla -que ocurrencia de nombre- 

En el exterior de la puerta que daba acceso a esta casa hacia la calle, tenía ésta una grada que era el asiento favorito de nosotros, entre  ellos  un amigo distinguido de todos, me refiero a Dn. Rafael Eugenio Córdova Rivera. Con él compartíamos  tertulias nocturnas cuyo límite eran no más allá de las 10.00 p.m.  Seguía luego el solar en que viví una vida maravillosa como lo dejo entrever y que me reservo para una narración posterior – si ésta amigo mío no te desalienta-. 

A continuación venia una sastrería, cuyo dueño por supuesto sabía la vida y milagros de todo el vecindario, de mediana estatura, atenta mirada, siempre me contestó el saludo muy afectuosamente, como creo lo hacía con todos los vecinos.  La casa de la Familia Dávila, seguía y en ella habitaban dos chicas verdaderamente bellas, tanto que las llamaban la “Flor de Mapiri” y que en alguna temporada de caza, una de ellas, la menor,  fue una tentación para el hermano de la dueña de la  farmacia del barrio, pero falló.  Las chicas, tenían un hermano menor, que luego se dedicó al periodismo, llegando alguna vez a suplir al famoso Guido Monteverde en su columna en el diario Ultima Hora.

El solar que continuaba, sólo era famoso porque allí habitaba una anciana, la Sra. Hermelinda,  prestamista del barrio, a la que todos concurrían en auxilio y que los malvados mataperros habían apodado el “Banco Gibson”.

Lo que seguía al solar de la “Banco Gibson”, era el negocio más simpático, creo yo, podía tener un barrio limeño: la lechería del barrio –no recuerdo si tenía letrero o nombre- pero era el sitio más concurrido de alrededores,  era un lugar amigable  bastante grande y que en  seguida de su puerta grande de entrada, hacia la derecha tenía una isla o mostrador de losetas blancas y sobre ella una vitrina donde se apreciaba el asado , el jamón del país, chicharrón y el relleno  principalmente, que constituían el material para hacer los sanguches verdaderamente limeños de verdad y de verdad, verdaderamente deliciosos.  Unos dos metros   más atrás, estaba la cocina, un mounstro grande con un quemador de petróleo del que salía un chorro de fuego a presión y que calentaba y cocinaba en unas sartenes grandes  el relleno, chicharrón y camotes. Mientras que  a una prudente altura sobre la cocina pendían unos pedazo de pellejo de cerdo, que luego fritas degustábamos con el nombre de Lonjas, -hoy mis hijos las compran envasadas  y las llaman chicharroncitos.  

Un poco después de la isla vitrina donde  se situaba el dueño del negocio y recibía pedidos, ordenaba a los mozos  y cobraba por el consumo, había una mesa amplia de fierro donde estaban dispuestos dos recipientes de forma ovalada de fondo plano, mediano tamaño y cuyas tapas tenían dos agujeros en  los que calzaban dos lecheras de fierro aporcelanado y que contenían, una  la leche caliente y la otra el café caliente.  Estos recipientes de Zinc amarillo eran unos baños de María que con el agua caliente de su interior mantenían la leche y el café calientes y a la mano de los mozos para atender a los comensales. Sobre a mano izquierda y el fondo del local se alineaban muy ordenadamente varias mesas de fierro y tablero de composición, no creo que hayan sido de mármol, típicas de los restaurantes y fondas  de Lima y por el centro mismo de la sala, varias mesas y sillas de madera, que proveían facilidades y comodidad para sus parroquianos, los que al terminar el desayuno o lonche, salían  lanzando  loas al sabor de sus pedidos, acompañándolos las más de las veces con unos grotescos eructos.   

Debo decirte que uno de sus habitúes era Milord, la mascota de mi padre, al que varias veces sorprendimos haciendo sentaditas ante los comensales para ganarse un camotito frito y el muy ladino no hacia estas gracias en casa donde tenía el alimento seguro.  El dueño era un japonés, muy serio y adusto, su hijo menor Kionori , era un mataperros acriollado que competía con nosotros en la pelota y en el patinaje, era él quien tenía un par de patines Winchester y que a mucho ruego de mi hermano menor, logro que mi madre le comprara uno al referido nisei, el otro hermano era un típico guerrero de alguna guerrita mundialita o de chacra como acostumbrábamos a decir, estudiaba en el Guadalupe e iba  al colegio provisto de su uniforme comando completo, incluyendo cristina con su rombo rojo, galones, botas de cuero, casaca, maletín mochila de cuero y guantes de cuero y solo le faltaba su katana, que no dudo  extrañaba.   Sabes un dato, los mayores habitúes empedernidos de este café, eran los choferes, cobradores y mecánicos de la Línea 9, que entonces cubrían el recorrido del Parque Universitario hasta la Quebrada de Armendáriz,  pasando por supuesto cerca del Colegio y que se constituyó en una de las líneas más usadas por nosotros.  La acera derecha de toda la cuadra resultaba un lugar de estacionamiento desde las seis de la mañana y en las tarde a partir de las siete de la noche de sus ominibuses. Horas después en la noche, la lechería, era un punto de reunión de personas bien, allí se llegaba un medico amigo del barrio y que un día llego con la novedad de un radio portátil a pilas. El armatoste éste, era del tamaño de tres libros del Tesoro de la Juventud juntos y pesaba duro, pero era lo más nuevito de la época. Y como él varias concurrían personas mayores semejando un club nocturno, del cual e despedían cuando el local cerraba a eso de las 10.00 p.m. o un poco más.

El penúltimo negocio que había en la acera derecha era una carbonería cuyo dueño era Juan  otro ponja de carácter apagado pero cortés y como carbonero siempre estaba todo tiznado   y al llegar a la esquina en chaflán con el Jirón Sandia, “la tienda del chino de la esquina”, que más parecía japonés también, vaya usted a saber, la tienda era como eran las tiendas y chinganas de Lima.  En la parte delantera se expendían los abarrotes y comestibles y estaba separada de  un ambiente interior por dos puertas de vaivén y que era en realidad un bebedero para gente que libaba licor, provista de un urinario y sanitario y un lavatorio, al cual acudíamos con permiso del dueño, para beber agua en los días de verano fuerte.  Lo recuerdo bastante porque allí expendían algunos útiles escolares y fue el primer negocio donde llegué a adquirir  mi  primer lapicero de tinta seca o bolígrafo, una novedad en una época elegante de la lapicera fuente, a la cual mataría algunas décadas después.

Y aquí mi amigo Lucho, debo detener mi relato que creí iba a ser más corto y no quiero ser cansado y me atrevería a pedir que me digas  si es pasable, para poder continuar más adelante.

Con el cariño de siempre
Pablo.
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Notas respecto al autor:

Don Pablo Livia Robles, químico-farmacéutico de profesión es un condiscípulo con quien tuve la suerte de hacer el sexto año de la primaria en el antiguo y recordado colegio Alfonso Ugarte, de la calle Chacarilla en Lima; fue el año de  1950, luego seguimos hasta culminar la secundaria en aquella memorable alma mater.

De espíritu observador y exquisita sensibilidad para las personas, le son además peculiares su extraordinaria memoria destinada a los modelos de la aviación de las dos devastadoras guerras mundiales, incluyendo la de Corea. Además de conocer el tipo de aparato y hacer su descripción es capaz de dibujarlo a la perfección. Recordamos el obsequio que nos hacía cuando dejaba el recreo para dibujar modelos en la pizarra. 

Hay mucho de erudición en este viejo condiscípulo por quien guardo profundo afecto, sentimiento que es unánime dentro de los miembros de la Promoción AU 55.


4 comentarios:

  1. Queridos todos:
    He visto con halagadora complacencia que nuestro caro Luchito Siabala, ha puesto en un Blog un garrapateado conjunto de palabras, que me atreví a remitirle, ante un simpático artículo referido a los Barrios Altos (nótese que digo los Barrios Altos y no sólo Barrios Altos), que no preciso cuanto hace y nos invitava a participar y contar algo de lo nuestro vivido en esos lugares netamente limeños. Luego de repasar varias veces la invitación, me ví en la orfandad de no poder cumplir con tal estímulo por difenetes causas, una de ellas era la relativa tardanza con la que llegué a Cocharcas, aproximadamente el año 1957, pero aun estos sitios tenían bastante de su encanto propio.
    Así que no teniendo mas alternativa y con el perdón de Lucho y ahora de ustedes lectores, me atreví a ligar letras sobre el sitio en que viví, hasta antes de llegar a los Barrios Altos, con la esperanza de no aburrirlos y volverlos a aquellos sitios a los que concurrían en semejante epoca y edad y concuerden conmmigo la semejanza de nuestras vidas cotidianas en UNA LIMA QUE SE FUE, con el debido respero a nuestro vate Don José Galvez, quien en su obra Una Lima que se vá, anticipaba a lo que nosotros veríamos. La partida definitiva de Lima.
    Quiero agradecer a nuestro queridísimo buen hermano Luis, por la glosa que me hace como presentación y anticipo mis disculpas, por escribir las mas de las veces en primera persona, demostrando quizá un poco de egoismo, pero las dos lentes maravillosas con las que Dios nos dotó, fueron las que retrataron todo lo que aquí les cuento.
    Con el cariño de siempre:

    Pablo Alberto Livia Robles
    Amigo de Uds.

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    1. Muy bien querido Pablo, llegas muy bien a tus condiscípulos con esta crónica de tu viejo barrio.

      El artículo mío al que te refieres es el que va en este sitio:

      http://siabala.blogspot.com/2011/09/por-los-barrios-altos-de-lima.html

      Don Guillermo Lam, quien por su carta ofrece ampliar lo dicho, y por los comentarios que me has hecho llegar, se ahora que también vivió en el viejo barrio de Chacarilla, al igual que nuestros amigos de promoción Rafael Córdoba a quien te has referido; y en lo que le toca a Lucho Huertas sin dejar de mencionar a Marco Antonio Campos y Pedro Li quienes también vivieron en los Barrios Altos, tenemos crónica para rato. Quedan todos invitados a esta cruzada de remembranzas testimoniales de la interesante edad juvenil. Estoy seguro que más de una sorpresa habremos de llevarnos con algunas novedades muy bien guardadas.

      Un abrazo,

      Luis Siabala

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  2. Muy grato el recuento que nos hace nuestro común amigo Pablo; muy detallado y anecdótico. ¡Bien por los Barrios Altos!. Felicitaciones a Lucho y a Pablo. Agradecido a ambos.

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    1. Marco Antonio: Tienes mucho que contarnos también de aquellos días en Bajada del Carmen, uno de los lugares más anecdóticos de aquellos antiguos y limeñísimos barrios.
      Un abrazo querido Marco
      Lucho

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